‘Go and teach’ – ‘Vayan y enseñen’

Bishop Joseph M. Siegel

The Bishop’s Corner

Editor's note - The Spanish translation of this column is included below.

Among the last words of our Lord to the Apostles was the command, “Go and teach” (cf. Matthew 28:19-20). This was His great commission to them and to the Church to continue His ministry of proclaiming the Good News of the Gospel to all people. First, the Apostles and Evangelists and then, writers like St. Augustine, St. Thomas Aquinas and St. Teresa of Avila, and countless others over the centuries, took up this mission and proclaimed the faith in their writings, as well as by the example of their lives. The Church continues to build on their foundation in proclaiming and teaching the faith today.

Closer to home, we can also look back on our own lives and gratefully recall the priests, deacons, religious and lay faithful who shared the Catholic faith with us. For me, as perhaps for many of us, it was my parents who were my first and best teachers of the faith. When my siblings and I were baptized, my father and mother promised to pass on their faith to us by their word and example. With God’s help, they fulfilled this role in a remarkable way, both in the context of our home and in our parish. Some of my earliest memories are of my parents teaching us to pray, whether at meals, family rosary each evening, or kneeling by our beds saying our night prayers. Through children’s books, they taught us Bible stories and the lives of the saints. Of course, Sunday Mass was essential to our life as a family. The family, the “domestic Church,” is still meant to be the heart and core of religious formation for the young.

As children grow, parents collaborate with parish religious education programs and Catholic schools to help them in their responsibility of forming their children in the faith. Through the tremendous dedication of catechists, religion teachers, youth and campus ministers, our young people take the next steps in learning about Christ and the teachings of His Church. We owe a tremendous debt to these men and women who share the Catholic faith through their teaching and example during the formative years of our children and young people.

Of course, formation and education in the faith is a life-long process. Long after we have completed the official catechetical and youth ministry programs in our parish or school, we are called to continue to grow in our love and knowledge of God and our Catholic faith. We could live to be 100 and still not have learned and assimilated all the truths that God wants to share with us. Through our own reading and study, as well as participating in parish and diocesan adult catechetical and formational programs, we continue to cultivate in our souls, hearts and minds a deeper love of God and a greater understanding of the divine wisdom He has revealed through His Church

As we celebrate Catechetical Sunday and recognize those who have served and those who continue to serve our diocese in catechetical ministry, we are reminded that we all have a role to play in passing on the faith to others. Each in our own way – whether at home with children, or in the classroom, parish and university meeting rooms, or just over a cup of coffee – we are the ones called today to be bearers of the Good News of Jesus to others. With God’s help, we are to share with those around us – young and old – the fruits of our prayer, study and reflection. How well we fulfill this mission will greatly affect the life and vitality of our diocese in the decades to come. The Lord depends on us, as he did the Apostles, the Fathers and Doctors of the Church, and numerous holy men and women – to be strong and steadfast in teaching the truths of our Catholic faith – whether they are popular or unpopular.

With the help of God’s grace, may we seek to deepen our own relationship with Christ and grow in our understanding of the faith. Then, we can go forth and teach, sharing the Good News of God’s love, truth and mercy with all those He places in our lives to be formed in the faith.

Mary, Mother of God and Seat of Wisdom – pray for us!

 

Bishop Joseph M. Siegel

El Rincón del Obispo

Entre las últimas palabras de nuestro Señor a los Apóstoles estaba el comando, “Vayan y enseñen” (cf. Mateo 28:19-20). Este fue Su gran encargo a ellos y a la Iglesia para continuar su ministerio de proclamar la Buena Nueva del Evangelio a toda la gente. Primero, los Apóstoles y Evangelistas y luego, escritores como San Agustín, Santo Tomás de Aquino y Santa Teresa de Ávila, e innumerables otros a través de las centurias, llevaron a cabo esta misión y proclamaron la fe en sus escritos, y también a través del ejemplo de sus vidas. La Iglesia continúa construyendo sobre sus cimientos al proclamar y enseñar la fe hoy.

Más cerca nuestro, nosotros también podemos mirar hacia atrás en nuestras vidas y con agradecimiento recordar a los sacerdotes, diáconos, religiosos y fieles laicos que compartieron la fe católica con nosotros. Para mí, como quizás para muchos de ustedes, fueron mis padres quienes fueron mis primeros y mejores maestros de la fe. Cuando mis hermanos y yo fuimos bautizados, mi padre y mi madre prometieron transmitir su fe a nosotros a través de sus palabras y sus ejemplos. Con la ayuda de Dios, ellos desempeñaron este papel de una forma elogiable, ambos en el contexto de nuestro hogar y en el de nuestra parroquia. Algunos de mis tempranos recuerdos son de mis padres ensenándonos a orar, tanto en las comidas, en el rosario familiar de cada tarde, o al arrodillarnos junto a nuestras camas para decir nuestras oraciones nocturnas. A través de los libros infantiles, ellos nos enseñaron historias de la Biblia y las vidas de los santos. Por supuesto, la Misa del Domingo fue esencial para nuestra vida como familia. La familia, la “Iglesia domestica,” todavía está llamada a ser el corazón y centro de la formación religiosa para los jóvenes.

A medida que los niños crecen, los padres colaboran con los programas de educación religiosa de la parroquia y las escuelas católicas para ayudarlos en su responsabilidad de formar a sus niños en la fe. A través de la tremenda dedicación de los catequistas, los maestros de religión, los ministros juveniles y de los centros educativos, nuestros jóvenes toman los próximos pasos en el aprendizaje sobre Cristo y las enseñanzas de Su Iglesia. Les debemos una tremenda deuda a estos hombres y mujeres que comparten la fe católica a través de sus enseñanzas y sus ejemplos durante los años formativos de nuestros niños y jóvenes.

Por supuesto, la formación y la educación en la fe es un proceso de por vida. Mucho después de haber completado los programas de catequesis oficial y ministerio juvenil en nuestra parroquia o escuela, somos llamados a continuar creciendo en nuestro amor y conocimiento de Dios y nuestra fe católica. Podemos haber vivido 100 años y todavía no haber aprendido y asimilado todas las verdades que Dios quiere compartir con nosotros. A través de nuestra propia lectura y nuestro estudio, así como participando en parroquias y programas diocesanos de formación catequética de adultos, continuamos cultivando en nuestras almas, nuestros corazones, y nuestra mente un amor más profundo por Dios y un entendimiento más amplio de la sabiduría divina que Él ha revelado a través de Su Iglesia.

Al celebrar el Domingo Catequético y reconocer a aquellos que han servido y a aquellos que continúan sirviendo a nuestra diócesis en su ministerio catequético, se nos recuerda que todos tenemos un papel que desempeñar en la transmisión de la fe a otros. Cada uno de nosotros a nuestra manera—tanto en el hogar con los niños, o en la sala de clase, los salones de la parroquia y la universidad, o solo tomando un café—somos llamados hoy para ser los portadores de la Buena Nueva de Jesús a otros. Con la ayuda de Dios, debemos compartir con aquellos a nuestro alrededor—jóvenes y más mayores—los frutos de nuestra oración, estudio y reflexión. El éxito con el cual realicemos esta misión afectará profundamente la vida y la vitalidad de nuestra diócesis en las décadas venideras. El Señor depende de nosotros, como lo hizo con los Apóstoles, los Padres y Doctores de la Iglesia, y los numerosos hombres santos y mujeres—para que seamos fuertes y resueltos en la enseñanza de las verdades de nuestra fe católica—ya se trate de que sean populares o impopulares.

Con la ayuda de la gracias de Dios, busquemos profundizar nuestra propia relación con Cristo y crecer en nuestro entendimiento de la fe. Entonces, podremos ir hacia adelante y enseñar, compartiendo la Buena Nueva del amor de Dios, verdad y misericordia con todos aquellos que Él ponga en nuestras vidas para que nos formemos en la fe.

¡María, Madre de Dios y Asiento de la Sabiduría – ora por nosotros!

Spanish translation by Dr. Daniela Abraham, St. Meinrad Seminary and School of Theology.