Editor’s note: The Spanish translation of The Bishop’s Corner appear below this English version.
I remember my mother often reminding me to say thank you whenever I would go to a friend’s house or to a birthday party for a classmate. She felt this courtesy was important and tried to instill in my siblings and me an “attitude of gratitude” not only toward other people, but especially toward God.
Each year on Thanksgiving Day, we as a nation pause to look back on our lives and the labors of the past year, and express our gratitude to God for the benefits and blessings we have received. We gather for a meal with family and friends, partaking in traditional foods that link us to our Pilgrim forbearers. The account of the first Thanksgiving celebration comes to us from the writings of American colonist Edward Winslow. He relates to us the familiar story of the harvest of 1621 and the feast that was held that year at Plymouth. After the bountiful harvest, the Pilgrims had a three-day festival to give thanks to God and to celebrate their success. They included in their feast the Pequot Indians who had assisted the pilgrims during their first winter. This picture of the Pilgrims and Indians sitting together at this feast is the image that comes down to us to this day.
Yet Winslow’s account is only part of the pilgrim’s story. American historian Robert Senkewicz, SJ, describes how within 10 years of the first Thanksgiving, the colony would change dramatically. Boston was founded in 1630, which created a demand for Plymouth corn and cattle and so the pilgrims became prosperous. He cites Gov. William Bradford, who wrote in his diaries that economic success was exacting a toll on the close knit community. Bradford described how there was a growing tendency for the colonists in Plymouth to seek their own personal progress and wealth, rather than looking to the good of the whole community. The sense of interdependence was being lost. Instead of being grateful for God’s bounty, they focused on their own efforts, praising themselves for their own ingenuity. Soon, as the settlement grew to accommodate their commercial success, there was not enough room for both the Pequot Indians and the Pilgrims and within a few years the Pequot were killed or displaced to make room for colonial expansion.
What happened to the Pilgrims at Plymouth can easily happen to us as well. We, too, are tempted to take so much for granted, falling into an attitude of entitlement. We grow proud of our own accomplishments rather than being a people of gratitude. Our celebration of Thanksgiving should remind us that all that we are, all that we have, are gifts from God. The blessings of life, faith, family, health, talents, aptitudes and skills are all freely bestowed by our loving Father in heaven. He gives them to us to develop and expects us to be good stewards. He calls us to use them to build up our world; to make it a better place for all people; and to help reveal God’s kingdom of truth, justice, compassion and love in the here and now. What we are given is not just for personal gain, but is to be shared that it might multiply and bear fruit, so that our very lives may produce an abundant harvest.
As we gather next Thursday with family and friends in our homes around a table to share our Thanksgiving meal, it is a wonderful opportunity to remember our many blessings, even if we have faced some difficulties and challenges this past year. We lift up in grateful prayer those persons, gifts, and events we so often take for granted, and thank our loving Father for bestowing these many gifts to us out of his bountiful love. Of course, we remember the Eucharist is the greatest act of thanksgiving possible as we gather as God’s family in His house, around the table of the altar, to worship our gracious God and receive in return the greatest gift of all – the body and blood of our Lord Jesus in Holy Communion.
So let us never forget to say thank you to God, but rather pray for the grace to develop an “attitude of gratitude.” Each day may we seek to recognize the blessings we have received and then offer these gifts back to the Lord and to his service in works of justice, charity and mercy.
No se olvide de decir gracias
El Rincón del Obispo
Yo recuerdo que mi madre a menudo me recordaba dar las gracias cada vez que yo iba a la casa de un amigo o a una fiesta de cumpleaños. Ella sentía que esta cortesía era importante y trataba de inculcarnos a mis hermanos y a mí una “actitud de gratitud” no solamente hacia otra gente, sino especialmente hacia Dios.
Cada año en el Día de Acción de Gracias, nosotros como nación hacemos una pausa para mirar hacia atrás en nuestras vidas y las labores del pasado año, y expresamos nuestra gratitud a Dios por los beneficios y bendiciones que hemos recibido. Nos reunimos para una comida en familia y con amigos, tomando parte en comidas tradicionales que nos conectan con nuestros antepasados peregrinos. La versión de la primera celebración de Acción de Gracias nos llega desde los escritos del colono americano Edward Winslow. Él nos relaciona con la familiar historia de la cosecha de 1621 y el banquete que tuvo lugar ese año en Plymouth. Después de la abundante cosecha, los peregrinos tuvieron un festival de tres días para dar gracias a Dios y celebrar su éxito. Ellos incluyeron en su festín a los indios Pequot quienes habían asistido a los peregrinos durante su primer invierno. Este cuadro de los peregrinos y los indios sentados juntos en este banquete es la imagen que llega a nosotros hasta hoy.
Sin embargo, el cuento de Winslow es solo parte de la historia de los peregrinos. El historiador americano Robert Senkewicz, SJ, describe cómo dentro de los 10 años de la primera Acción de Gracias, la colonia cambiaría dramáticamente. Boston fue fundada en 1630, hecho que creó una demanda de maíz y ganado en Plymouth y los peregrinos prosperaron. Él cita al Gobernador William Bradford, quien escribió en sus diarios que el éxito económico había tenido un alto precio en la estrecha comunidad. Bradford describió cómo allí había una tendencia cada vez mayor de los colonos en Plymouth de buscar su propio progreso personal y riquezas, en vez de mirar hacia el bienestar de toda la comunidad entera. El sentido de interdependencia estaba siendo perdido. En vez de estar agradecidos por la recompensa de Dios, ellos se enfocaron en sus propios esfuerzos, alabándose a si mismos por su propio ingenio. Pronto, a medida que el asentamiento crecía para acomodarse a sus éxitos comerciales, no hubo suficiente espacio para ambos los indios Pequot y los peregrinos y al término de algunos años los Pequot fueron asesinados o desplazados para hacer lugar para la expansión colonial.
Lo que les sucedió a los peregrinos en Plymouth puede fácilmente sucedernos a nosotros también. Nosotros también, estamos tentados a dar mucho por sentado, cayendo en una actitud de legitimación. Nos enorgullecemos de nuestros propios logros en vez de ser agradecidos. Nuestra celebración de Acción de Gracias debería recordarnos que todo lo que somos, todo lo que tenemos, son regalos de Dios. Las bendiciones de la vida, la fe, la familia, la salud, los talentos, aptitudes y habilidades son todos gratuitamente otorgados por nuestro amado Padre en el Paraíso. Él nos los da para desarrollarlos y espera que nosotros seamos buenos administradores. Él nos llama para usarlos para construir nuestro mundo; para hacer de él un mejor lugar para toda la gente; y para ayudar a revelar el reino de la verdad de Dios, la justicia, la compasión y el amor en el aquí y ahora. Lo que se nos da no es solo para ganancia personal, sino que es para ser compartido pudiendo multiplicarse y dar frutos, de manera que nuestras propias vidas puedan producir una abundante cosecha.
Al reunirnos el próximo jueves con familia y amigos en nuestros hogares alrededor de una mesa para compartir nuestra comida de Acción de Gracias, esta es una maravillosa oportunidad para recordar nuestras muchas bendiciones, incluso si hemos enfrentado algunas dificultades y desafíos durante este último año. Elevamos en oración de gratitud a aquellas personas, regalos, y eventos que a menudo damos por sentado, y le agradecemos a nuestro Padre amoroso por brindarnos todos estos regalos por su abundante amor. Por supuesto, nosotros recordamos que la Eucaristía es el acto más grande posible de Acción de Gracias al reunirnos como la familia de Dios en Su casa, alrededor de la mesa del altar, para adorar a nuestro Dios misericordioso y recibir a cambio el regalo más grande de todos—el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesús en Santa Comunión.
Así que nunca olvidemos decir gracias a Dios, sino que oremos por la gracia de desarrollar una “actitud de gratitud.” Cada día busquemos reconocer las bendiciones que hemos recibido y entonces ofrezcamos estos regalos de vuelta al Señor y a su servicio en trabajos de justicia, caridad y misericordia.