Most Rev. Joseph M. Siegel
The Bishop’s Corner
Throughout the Gospels proclaimed during the Easter season, we will hear of the appearances of the Risen Lord to His apostles during the 40 days after His resurrection. In those accounts, the evangelists relate how Jesus spoke to them of His mercy, His peace, the meaning of His life, death and resurrection, the promise of the Holy Spirit and the mission He was entrusting to them. I think we all envy the apostles for the graced opportunities they had in living with Christ, hearing Him preach and teach, witnessing His miracles and experiencing his Risen glory. We wish we could have such encounters.
The truth is the Risen Lord does offer us many opportunities to intimately experience his loving presence in our lives. He invites us to encounter him in the Sacraments, particularly in the Eucharist and the Sacrament of Reconciliation. He speaks to us when we read the Scriptures, in our times of private prayer and in our study of our Catholic faith. He speaks to us through the events of our lives and our world – the signs of the times. The Lord also speaks to us in the ordinary people He places in our lives – family, friends, co-workers, fellow students. Yet all too often, we are too busy or distracted to listen for His voice. These invitations come to us in the silence of our hearts, but our hearts are too full to hear.
So perhaps during this Easter season, we can reflect on how much silence we have in our lives. It seems that no matter where we are, there is noise. There is the background Muzak we have in waiting rooms, elevators or stores, the ever-present distractions of cell phones and social media constantly demanding our attention. Sometimes we do this to ourselves. It seems we don’t feel comfortable alone unless we have the music playing or the TV on. We go for a walk outside, but we’re plugged-in to something as we walk. So where is the quiet in our lives? Where do we find silence? The danger with all this noise and distraction is that we never make time to really think and reflect.
Certainly, there is no end to the activities, plans, worries, hopes and dreams that can fill every waking moment of our day. So without taking time for prayerful reflection, without centering ourselves in the Lord, there is a real danger that we can go through life without ever considering where we are going, and simply allow ourselves to be swept along. In the same way, we can also go through all the practices of our faith - attending Mass, receiving Holy Communion, saying our prayers - but if we don’t pray from the heart, making the effort to really listen to the Lord, then we don’t make the space for Him to reach us. Then our faith will become something distant and our relationship with Christ purely routine or casual. Then we will never really come to know the profound love, peace and joy that He wants to offer to us.
Like the apostles, we are all called to encounter the Risen Lord in a way that can change our lives, but this is only possible if we take the time and make room for Him in our hearts. It is only when we hear His voice that we can respond to Jesus’ invitation to live through, with and in Him. As we spend more time in His presence, the more we will learn to see as He sees, to judge as He judges, to act and speak as He did.
During the next 50 days, I invite you to intentionally make more room in your busy, hectic lives for the Lord. Carve out part of each day for some quiet time with the Lord. If your parish has a Eucharistic Adoration chapel, try to make a visit on a regular basis. Each time you receive Holy Communion at Mass, take advantage of the precious encounter with the Lord to open your heart to him. Read and reflect on the Easter appearances in the Gospels. Then like the disciples on the Road to Emmaus, we too will encounter the Risen Lord on the roads of our life and recognize Him in the breaking of the bread.
Encontrando al Señor Resucitado en el Silencio
El Rincón del Obispo
Reverendísimo Joseph M. Siegel
A través de los Evangelios proclamados durante el tiempo de Pascua, escucharemos acerca de las apariciones del Señor Resucitado a Sus apóstoles durante los 40 días después de Su resurrección. En esos relatos, los evangelistas relacionan cómo Jesús les habló de Su misericordia, Su paz, el significado de Su vida, muerte y resurrección, la promesa del Espíritu Santo y la misión que Él les encomendó. Yo pienso que todos envidiamos a los apóstoles por las bendecidas oportunidades que tuvieron al vivir con Cristo, escucharlo a Él predicar y enseñar, ser testigos de Sus Milagros y experimentar su gloria Resucitada. Nosotros deseamos haber podido tener esos encuentros.
La verdad es que el Señor Resucitado nos ofrece muchas oportunidades para experimentar íntimamente su amorosa presencia en nuestras vidas. Él nos invita a encontrarlo en los Sacramentos, particularmente en la Eucaristía y el Sacramento de la Reconciliación. Él nos habla cuando leemos las Escrituras, en nuestros momentos de oración privada y en nuestro estudio de nuestra fe católica. Él nos habla a través de los eventos de nuestra vida y nuestro mundo—los signos de los tiempos. El Señor también nos habla en la gente común que Él pone en nuestras vidas—la familia, los amigos, los compañeros de trabajo, los compañeros de clase. Sin embargo muy a menudo, estamos demasiado ocupados o distraídos para escuchar Su voz. Estas invitaciones nos vienen en el silencio de nuestros corazones, pero nuestros corazones están demasiado llenos para escuchar.
Entonces tal vez durante este tiempo de Pascua, podamos reflexionar sobre cuánto silencio tenemos en nuestras vidas. Parece que sin importar dónde estemos, siempre hay ruido. Hay un trasfondo Muzak que tenemos en las salas de espera, los elevadores o negocios, las distracciones siempre presentes de los teléfonos celulares y los medios sociales que constantemente demandan nuestra atención. A veces nos hacemos esto a nosotros mismos. Parece que no nos sentimos cómodos solos a menos que haya música de fondo o que la televisión esté encendida. Salimos a caminar, pero estamos conectados a algo al caminar. ¿Entonces dónde está la quietud en nuestras vidas? ¿Dónde encontramos el silencio? El peligro con todo este ruido y distracción es que nunca nos hacemos tiempo para realmente pensar y reflexionar.
Ciertamente no hay fin a las actividades, planes, preocupaciones, deseos y sueños que puedan llenar cada momento de nuestro día. Así que sin tomarnos tiempo para la reflexión oracional, sin centrarnos en el Señor, hay un verdadero peligro de que vayamos por la vida sin considerar adónde vamos, y simplemente dejarnos llevar. De la misma manera, podemos repasar todas las prácticas de nuestra fe—asistir a la Misa, recibir la Santa Comunión, decir nuestras oraciones—pero si no oramos desde el corazón, haciendo el esfuerzo de escuchar realmente al Señor, entonces no hacemos el espacio para que Él nos alcance. Además nuestra fe se convertirá en algo distante y nuestra relación con Cristo algo puramente rutinario o casual. Entonces nunca realmente podremos conocer el amor profundo, la paz y la alegría que Él quiere ofrecernos.
Como los apóstoles, todos nosotros estamos llamados a encontrar al Señor Resucitado de una forma que puede cambiar nuestras vidas, pero esto solo es posible si nos tomamos el tiempo y hacemos lugar para Él en nuestros corazones. Es solo cuando escuchamos Su voz que podemos responder a la invitación de Jesús de vivir a través, con y en Él. Cuanto más tiempo pasemos en Su presencia, más aprendemos a ver como Él ve, a juzgar como Él juzga, a actuar y hablar como Él lo hizo.
Durante los próximos 50 días, los invito a que intencionalmente hagan más espacio en sus ocupadas, agitadas vidas para el Señor. Tómense un rato cada día para pasar un tiempo silencioso con el Señor. Si sus parroquias tienen una capilla de Adoración Eucarística, traten de hacer una visita de forma regular. Cada vez que ustedes reciban la Santa Comunión en la Misa, tomen ventaja del precioso encuentro con el Señor para abrirle sus corazones a Él. Lean y reflexionen sobre las apariciones de Pascua en el Evangelio. Entonces como los discípulos en el Camino a Emaús, nosotros también encontraremos al Señor Resucitado en los caminos de nuestra vida y lo reconoceremos a Él al partir el pan.