Giving thanks – even in 2020 – Dando las gracias – aún en 2020

By MOST REV. JOSEPH M. SIEGEL

THE BISHOP’S CORNER

Editor’s note: The Spanish translation appears below.

On Nov. 6, we celebrated the first anniversary of the dedication of St. Benedict Cathedral, which opened the celebration of our Diocesan 75th Anniversary. On that beautiful day a year ago, I don’t think anyone could have imagined where we would be a year later.  We have endured the ravages of the COVID-19 pandemic, with all the painful implications for us as individuals, families, the Church and our nation.  We have witnessed racial protests and riots in our cities.  We have been rocked by an impeachment and then a bitter and divisive presidential campaign. As a Church, we have experienced times of confusion and frustration and as I write this, we are just beginning to unpack the revelations of the Vatican McCarrick report.  We may feel like Job in the Old Testament and wonder, “What next?”    Yet in the midst of all these trials, we can take inspiration from Job, who when experiencing his own intense travails, was still able to proclaim, “Blessed be the name of the Lord (Job 1:21)!”

As we approach Thanksgiving, we too are called to give thanks and praise to God, even as we endure many struggles as individuals, a Church and a nation.  As important as gratitude is in our relationships with other people, it is even more so in our relationship with the Lord.  Yet far too often, in times of joy as well as times of struggle, we fail to recognize and to give thanks for the blessings that God has given to us – and continues to bestow on us every minute of the day.

It’s not that God needs our gratitude. It is we who need to recognize that all we have comes from God.  We need to recognize our dependence on him. Otherwise we will wander aimlessly through life, seeking joy, happiness and peace on our own terms, but failing to find it because we are looking in the wrong place.  We seek healing for our inner brokenness and the brokenness of the world around us, but will never find it if we don’t look to Jesus. Without a spirit of thanksgiving, our lives become cold and lifeless. Ingratitude leads to an attitude of selfishness, pettiness and resentment, always dwelling on what we don’t have.

However, being people of thanksgiving, we stay focused on Christ who brings us healing, renewal and peace. Being thankful forces us to see that what we have has been given by our most generous God without our having earned a thing. When we recognize our debt of gratitude owed to God, we are also made mindful of the debt we owe to so many around us, starting at home.

So while these months of Diocesan Jubilee celebration didn’t go as we had expected, I am still thankful to the Lord for the blessings of this year, through all the ups and downs.  I am particularly grateful to God for the spiritual resiliency, perseverance and fortitude of the clergy, religious and lay faithful of this diocese, especially through the terrible trial this spring of suspending public Masses and the inability to receive Holy Communion.  Through the crucible of the past months, I believe we as a diocesan Church have been forged into a people of deeper faith, stronger hope and more committed charity.  I believe these are fruits of our Jubilee celebration that will endure.  Each year, we will celebrate our unity as the anniversary of the Cathedral’s dedication will be commemorated as a liturgical feast in our parishes.  We will continue to look to the intercession and protection of Our Blessed Mother following the consecration of our diocese and our parishes to her Immaculate Heart. The “75” service projects can be a model of how all of us, young and old, can offer assistance of to those in need.

Let us take the time before Thanksgiving Day to reflect on the many blessings in our lives, even in the midst of our struggles, and then come to the Lord in prayer, especially in the great prayer of thanksgiving – the Eucharist – to give thanks to Him who heals and forgives and is the source of every good gift.

 

Dando las gracias – aún en 2020

Obispo Joseph M.Siegel

El Rincón del Obispo

El 6 de noviembre celebramos el primer aniversario de la dedicación a la Catedral de San Benito, que abrió la celebración de nuestro 75 Aniversario Diocesano. En ese hermoso día el pasado año, yo no creo que nadie hubiera imaginado dónde estaríamos un año más tarde. Hemos sobrevivido a los estragos de la pandemia COVID-19, con todas las implicaciones dolorosas para nosotros como individuos, familias, la Iglesia y nuestra nación. Hemos sido testigos de protestas raciales y disturbios en nuestras ciudades. Hemos sido sacudidos por un juicio político y después una amarga y divisiva campaña presidencial. Como Iglesia, hemos experimentado tiempos de confusión y frustración y mientras escribo esto, recién estamos comenzando a dilucidar las revelaciones del reporte McCarric del Vaticano. Podemos sentirnos como Job en el Antiguo Testamento y preguntarnos, “¿y ahora qué?” Aún así, en medio de todas estas pruebas, podemos inspirarnos en Job, quien al experimentar sus intensas penurias, todavía podía proclamar, “¡Bendito sea el nombre del Señor (Job 1:12)!”

Al acercarnos al Día de Acción de Gracias, nosotros también somos llamados a dar gracias y a alabar a Dios, aún mientras soportamos muchas luchas como individuos, una Iglesia y una nación. A pesar de lo importante que es la gratitud en nuestras relaciones con otra gente, lo es aun más en nuestra relación con el Señor.  Sin embargo, demasiadas veces en tiempos de alegría como en tiempos de lucha, no sabemos reconocer y dar gracias por las bendiciones que Dios nos ha dado – y continúa concediéndonos a cada minuto del día. No es que Dios necesite nuestra gratitud. Somos nosotros quienes necesitamos reconocer que todo lo que tenemos viene de Dios. Necesitamos reconocer que dependemos de él. De otro modo, andaremos sin rumbo por la vida, buscando la alegría, la felicidad y la paz en nuestros propios términos, pero sin encontrarlos porque estamos buscando en el lugar equivocado. Buscamos la sanación de nuestra ruptura interna y la ruptura del mundo a nuestro alrededor, pero nunca la encontraremos si no miramos a Jesús.  Sin un espíritu de acción de gracias, nuestras vidas se tornan frías e inertes. La ingratitud lleva a una actitud de egoísmo, mezquindad y resentimiento, siempre afligiéndonos por lo que no tenemos.

Sin embargo, siendo gente de acción de gracias, nosotros permanecemos enfocados en Cristo quien nos trae la sanación, la renovación y la paz. El ser agradecidos nos obliga a ver que lo que tenemos nos ha sido dado por nuestro generosísimo Dios sin que nos lo hayamos ganado. Cuando nosotros reconocemos la deuda de gratitud que le debemos a Dios, también somos conscientes de la deuda que les debemos a tantos a nuestro alrededor, comenzando por el hogar.

Entonces a pesar de que estos meses de celebración de Jubileo Diocesano no fueron como esperábamos, yo sigo agradecido al Señor por las bendiciones de este año, durante todos los altibajos. Le estoy particularmente agradecido a Dios por la resiliencia espiritual, perseverancia y fortitud del clero, religiosos y laicos fieles de esta diócesis, especialmente durante esta terrible prueba en la primavera de suspender las Misas públicas y la incapacidad de recibir la Santa Comunión. Durante la prueba de fuego de los meses pasados, yo creo que nosotros como Iglesia diocesana hemos sido formados como personas de profunda fe, esperanza férrea y caridad comprometida. Yo creo que estos son frutos de nuestra celebración de Jubileo que perdurarán.

A cada año, nosotros celebraremos nuestra unión en el aniversario de la dedicación de la Catedral que será conmemorado como una fiesta litúrgica en nuestras parroquias. Continuaremos buscando la intercesión y protección de Nuestra Madre Bendita seguida de la consagración de nuestra diócesis y nuestras parroquias a su Inmaculado Corazón. Los proyectos de servicio “75” pueden ser un modelo de cómo todos nosotros, jóvenes y mayores, podemos ofrecer asistencia a aquellos que la necesitan.

Tomémonos un tiempo antes del Día de Acción de Gracias para reflexionar sobre las muchas bendiciones en nuestras vidas, aún en el medio de nuestras luchas, y después regresemos al Señor en oración, especialmente en la gran plegaria de acción de gracias – la Eucaristía – para darle las gracias a Él que sana y perdona y es la fuente de cada buen don.