‘This is My Body given for you’ – ‘Este es mi cuerpo entregado por ustedes’

THE BISHOP’S CORNER

MOST REV. JOSEPH M. SIEGEL

Editor’s note: The Spanish translation of this column appears below.

When the movie “Titanic” came out in 1997, there were many TV programs and books regarding the tragedy, and following the various expeditions that explored the ship’s wreckage under the ocean. One salvager related that he went down looking for treasures of jewels, but found something much more precious. What he found was a simple gold band - a man’s wedding ring. Etched into the band was a hand holding a heart, with the words “I have nothing more to give you.” Here was a lasting reminder of the total love of that wife for her husband, a love that lasted unto death on that tragic night.

It is Jesus’ total self-gift of love that we celebrate and receive in the Eucharist. It is a love that He showed on Calvary when He died for our salvation – a love that was foreshadowed at the Last Supper, when Jesus gave Himself to us in the Holy Eucharist.  This is evoked in the theme for Catechetical Sunday in this Eucharistic Year, “This is my Body given for you” (Luke 22:19), taken from Jesus’ words when He instituted the Eucharist.

In the Gospel of John, Our Lord explained beforehand what He would give us at the Last Supper, and His words couldn’t speak more clearly about the gift He would give in the Eucharist: “Unless you eat the flesh of the Son of Man and drink his blood, you do not have life within you . . . for my flesh is real food and my blood is real drink” (John 6: 53, 55). It is not a symbolic or passive presence, but one that is dynamic and alive; the Risen Jesus becomes present on the altar in the great act of offering Himself in sacrifice for the life of the world. Under forms of bread and wine, He offers himself to us as our spiritual food and drink. For when we partake of this sacred meal, we draw our life from Him as He draws His life from the Father. These are bold, unambiguous words, so much so that St. John will go on to relate that, when Jesus’ audience was unable to accept them and would no longer follow Him, He let them go, so crucial was this teaching to His Gospel and His ministry.

So how do we respond to Jesus’ words, to His gift of the Eucharist? Unfortunately, it is so easy for us, including priests, to take the Eucharist for granted. Perhaps it is our human nature to become complacent about anything we receive often and with so little effort. So over time, this attitude can be reflected by falling into some bad habits – like regularly arriving late for Mass and leaving early; not taking any thought of how we dress for church; or coming up to receive Communion without any sense of reverence.  Often, our outward demeanor does reflect our inner disposition. As we begin to lose a sense of Eucharistic amazement and fervor, it doesn’t take much to start missing Mass altogether.

Yet, it doesn’t have to be that way for us. As a pastor, I was always edified when I would give the children their first Holy Communion. You could see the intensity, the concentration and the reverence on their faces. In their own simple way, they understood that Jesus was coming to them at that moment like He had never come to them before.

We were once there. If only we could take the time and effort each time we come to Mass to think and reflect on Who will be present among us, Whom we will take into ourselves when we come up for Communion; then, we could recapture that sense of Eucharistic awe – then, each Mass and reception of Holy Communion would be like our first, our only or our last. It is when we consciously allow the True Presence of Christ in the Eucharist to penetrate our hearts that we will understand the immense implications for the way we live. Like a pebble dropped in a still pool, Holy Communion should have ripple effects in our lives – so that we produce ever-widening circles of love, compassion and forgiveness that touch every person, every situation we encounter.

Our lives should not be the same for having received Christ in Holy Communion; for there, He gives His heart, His very life, saying to us, “This is my body given for you…I have nothing more to give.”

 

‘Este es mi cuerpo entregado por ustedes’

EL RINCÓN DEL OBISPO

MÁS REV. JOSEPH M. SIEGEL

Cuando la película “Titanic” salió en 1997, había muchos programas de televisión y libros acerca de la tragedia, y siguiendo las varias expediciones que exploraron los restos del barco en las profundidades del océano. Un reciclador contó que él bajó a buscar tesoros de joyas, pero encontró algo más precioso. Lo que él encontró era un anillo de oro – el anillo de matrimonio de un hombre. Grabado en el anillo había una mano que sostenía un corazón, con las palabras “No tengo nada más que darte.” Aquí había un recuerdo perdurable del amor total de esa esposa por su marido, un amor que perduró hasta la muerte en esa noche trágica.

Es el regalo de la autoentrega total de amor de Jesús que celebramos y recibimos en la Eucaristía. Es un amor que Él demostró en el Calvario cuando murió por nuestra salvación – un amor que fue anunciado en la Última Cena, cuando Jesús se entregó a Sí mismo por nosotros en la Santa Eucaristía. Esto se menciona en el tema del Domingo Catequético en este año eucarístico, “Este es mi cuerpo entregado por ustedes” (Lucas 22:19), tomado de las palabras de Jesús cuando Él instituyó la Eucaristía.

En el Evangelio de Juan, Nuestro Señor explicó de antemano lo que nos daría en la Última Cena, y sus palabras no podrían haber sido más claras sobre el regalo que Él daría en la Eucaristía: “En verdad les digo, que si no comen la carne del Hijo del Hombre y beben Su sangre, no tienen vida en ustedes . . . Porque Mi carne es verdadera comida, y Mi sangre es verdadera bebida (Juan 6:53, 55)” No es una presencia simbólica o pasiva, sino una que es dinámica y viva; el Señor Resucitado se hace presente en el altar en el gran acto de ofrecerse a sí mismo en sacrificio por la vida del mundo. Bajo formas de pan y vino, Él se nos ofrece a sí mismo como nuestra comida y bebida espiritual. Porque cuando nosotros participamos de esta comida sagrada, obtenemos nuestra vida de Él al mismo tiempo que Él obtiene Su vida del Padre. Estas son palabras audaces, inequívocas, tanto así que San Juan contará que, cuando la audiencia de Jesús fue incapaz de aceptarlos y rehusó seguirlo a Él, Él los dejó ir, tan crucial fue esta enseñanza para Su Evangelio y Su ministerio.

Entonces, ¿cómo respondemos a las palabras de Jesús, a Su regalo de la Eucaristía? Desafortunadamente, es tan fácil para nosotros, incluyendo a los sacerdotes, dar por sentada la Eucaristía. Quizás es nuestra naturaleza humana caer en la complacencia con todo lo que recibimos a menudo y con tan poco esfuerzo. Entonces a través del tiempo, esta actitud puede verse reflejada cuando caemos en malos hábitos – como llegar regularmente tarde a la Misa e irse temprano; no preocuparse por cómo nos vestimos para venir a la iglesia; o llegar a recibir la Comunión sin ningún sentido de reverencia. Muchas veces, nuestro comportamiento refleja nuestra predisposición interna. Cuando comenzamos a perder un sentido de asombro y fervor Eucarístico, no falta mucho para comenzar a faltar a la Misa completamente.

Sin embargo, no tiene que ser de esa manera para nosotros. Como pastor, yo siempre estaba edificado cuando les daba a los niños su primera Santa Comunión. Se podía ver la intensidad, la concentración y la reverencia en sus rostros. A su propia manera, ellos entendían que Jesús venía hacia ellos en ese momento como Él nunca antes lo había hecho.

Alguna vez estuvimos allí. Si solo pudiéramos tomarnos el tiempo y el esfuerzo cada vez que venimos a Misa para pensar y reflexionar sobre Quién estará presente entre nosotros, a Quién tomaremos como nuestro cuando lleguemos por la Comunión, entonces, podremos recuperar ese sentido de asombro Eucarístico – entonces, cada Misa y recepción de la Santa Comunión será como la primera, nuestra única o nuestra última. Es cuando nosotros conscientemente permitimos que la Presencia Verdadera de Cristo en la Eucaristía penetre nuestros corazones que entenderemos las inmensas implicaciones para nuestra forma de vivir. Como una piedra que cae en un estanque quieto, la Santa Comunión debería tener efectos multiplicadores en nuestras vidas – para que produzcamos amplios círculos de amor, compasión y perdón que toquen a cada persona, en cada situación que enfrentemos.

Nuestras vidas no deberían ser las mismas por haber recibido a Cristo en la Santa Comunión; porque allí, Él da Su corazón, Su misma vida, diciéndonos, “Este es mi cuerpo entregado por ustedes…No tengo nada más que dar.”