Witnessing to the Risen Lord – Atestiguando al Señor Resucitado

Bishop Joseph M. Siegel

The Bishop's Corner

Editor’s note: The Spanish translation of this column appears below the English version.

In the Gospel stories of the first Easter, we hear that the Risen Lord sent forth the women at the tomb to share with the apostles the good news of the Resurrection.  Then, throughout the Easter season, we will read from the Acts of the Apostles which recounts the evangelization efforts of the apostles and other disciples after Pentecost.  Inspired and empowered by the gifts of the Holy Spirit, they went out to the world and courageously proclaimed the Risen Lord and His Gospel.

The work of making the Risen Christ known in our world is just as critical for us today as it was for the first Christians.  We are called to renew our efforts to reach inactive Catholics and non-believers, helping people come to a primary knowledge of and conversion to Jesus Christ.  While there are many evangelization programs and strategies, the primary way to accomplish this mission is by renewing and deepening the faith of Catholics in the pews.  This means providing people with opportunities to have a personal encounter with the Lord Jesus (like Cursillo or Christ Renews His Parish), and then helping them to better understand and incorporate the teachings of the Church in their daily lives. With a deepened and renewed appreciation of the faith, Catholics will then be empowered to more effectively share and witness to Christ as missionary disciples.

In our own efforts in evangelization, we can learn much from the great Christian missionaries like Sts. Peter and Paul, St. Patrick, St. Boniface and St. Francis Xavier. While each had their own styles and strategies, what they shared in common was their emphasis on the importance of prayer, and on personal and communal example.

Prayer must be the bedrock of any efforts to share the Gospel. First and foremost, our sacramental encounter with the Risen Christ at each Mass, continued contemplatively through Eucharistic adoration, is essential to our life of faith and witness.  We also need to build our efforts upon the foundation of a prayerful reading of, and meditation on, Sacred Scripture.  The Word of God should inform all that we do – for we are to proclaim not our own wisdom or the wisdom of this age, but Holy Wisdom Himself. As we continue to encounter the person of Our Lord Jesus Himself in Word and Sacrament, nurtured by our personal prayer, we will be impelled to share Whom and what we have experienced.

The second focus of the great missionaries is personal and communal example. The great missionaries gave a witness of joyful, loving faith – and so must we, if we are to proclaim the Good News effectively both to this secular society, so cynical about religion, and to those who once were practicing Catholics but have left us. The secular and materialistic power in our society will only be conquered by the example of hope-filled, practical love extended to the most vulnerable in our society. The message of the Gospel will shine in this suffering world to the extent that we give an example of joyful faith that bears fruit in works of mercy.

As we step forward to boldly share our faith, we should not be surprised when we face opposition, ridicule and even “cancellation.”  All missionaries have experienced that in one form or another. We proclaim the supernatural truths of our Catholic faith, which are in harmony with natural human wisdom, but we do so in a social environment that is increasingly antagonistic to Christian faith – and even blind to what human reason and common sense itself reveals. Yet, in the human heart there is a yearning for truth. Our mission, then, is to offer the divine wisdom of the Gospel – and to do so persuasively and creatively in order to get through to those, including Catholics, who are bewitched by the false truths and promises promoted by so many in our culture. In our efforts to proclaim and teach the Good News of the Risen Lord Jesus, we seek the intercession of the Mary, the Mother of God, Star of the New Evangelization, as Pope St. John Paul II called her. Through her prayers and example, may we all accept our mission to be credible and joy-filled witnesses to the Risen Lord in the world of today – beginning in our homes, schools, workplaces and communities.

 

Obispo Joseph M. Siegel

En las historias del Evangelio de la primera Pascua, escuchamos que el Señor Resucitado envió a las mujeres a la tumba para compartir con los apóstoles la buena noticia de la Resurrección. Entonces, durante la temporada de Pascua, nosotros leeremos de los Hechos de los Apóstoles que relatan los esfuerzos de evangelización de los apóstoles y otros discípulos después del Pentecostés. Inspirados y empoderados por los dones del Espíritu Santo, ellos salieron al mundo y valientemente proclamaron al Señor Resucitado y a Su Evangelio.

La labor de hacer conocido al Señor Resucitado en nuestro mundo es tan crítica para nosotros hoy como lo fue para los primeros cristianos. Estamos llamados a renovar nuestros esfuerzos para alcanzar a los católicos inactivos y no creyentes, ayudando a la gente a llegar a un conocimiento primario de Cristo y a la conversión. A pesar de que hay muchos programas de evangelización y estrategias, la forma principal de llevar a cabo esta misión es renovando y profundizando la fe de los católicos en los bancos de las parroquias. Esto significa proporcionarle a la gente oportunidades para que tengan un encuentro personal con el Señor Jesús (como el Cursillo o el Cristo Renueva Su Parroquia), y entonces ayudarlos a entender mejor e incorporar las enseñanzas de la Iglesia en sus vidas. Con una apreciación más profunda y renovada de la fe, los católicos entonces estarán empoderados para compartir más efectivamente y ser testigos de Cristo como discípulos misioneros.

En nuestros propios esfuerzos de evangelización, podemos aprender mucho de los grandes misioneros cristianos como Ss. Pedro y Pablo, San Patricio, San Bonifacio y San Francisco Xavier. A pesar de que cada uno de ellos tenían sus propios estilos y estrategias, lo que compartían en común era el énfasis en la importancia de la oración, y en el ejemplo personal y comunal.

La oración debe ser el cimiento de cualquier esfuerzo de compartir el Evangelio. Primero y principal, nuestro encuentro sacramental con el Cristo Resucitado en cada Misa, continuado contemplativamente a través de la adoración Eucarística, es esencial para nuestra vida de fe y de testigos. También necesitamos construir nuestros esfuerzos sobre el fundamento de una lectura de oración, y meditación, de la Sagrada Escritura. La Palabra de Dios debe informar todo lo que hagamos—porque nosotros no hemos de proclamar nuestra sabiduría o la de esta era, pero la Santa Sabiduría Misma. Mientras continuamos encontrando a la persona de Nuestro Señor Jesús Mismo en Palabra y Sacramento, nutridos por nuestra oración personal, estaremos impelidos a compartir con Quién y qué hemos experimentado.

El Segundo enfoque de los grandes misioneros es un ejemplo personal y comunal. Los grandes misioneros fueron testigos de la fe alegre y amorosa—y también debemos serlo nosotros, si hemos de proclamar la Buena Noticia efectivamente a esta Sociedad secular, tan cínica acerca de la religión, y también a aquellos que alguna vez fueron católicos practicantes pero nos han dejado. El poder secular y material en nuestra sociedad solamente será conquistado con el ejemplo de un amor práctico y lleno de esperanza extendido a los más vulnerables de nuestra sociedad. El mensaje del Evangelio brillará en este mundo sufrido en la medida en que nosotros demos un ejemplo de fe alegre que dé sus frutos en obras de misericordia.

A medida que avanzamos para compartir valientemente nuestra fe, no debemos sorprendernos cuando enfrentemos oposición, ridículo y hasta “cancelación.” Todos los misioneros han experimentado esto de una forma u otra. Nosotros proclamamos las verdades supernaturales de nuestra fe católica, que están en harmonía con la sabiduría natural humana, pero lo hacemos en un ambiente social que es cada vez más antagonista a la fe cristiana—y hasta ciego a lo que la razón humana y el sentido común mismo revelan. Sin embargo, en el corazón humano hay un anhelo por la verdad. Nuestra misión, entonces, es ofrecer la sabiduría divina del Evangelio—y hacerlo persuasiva y creativamente para hacerles comprender a aquellos, incluyendo a católicos, quienes están hechizados por las falsas verdades y promesas promovidas por tantos en nuestra cultura.

En nuestros esfuerzos de proclamar y enseñar la Buena Noticia del Señor Jesús Resucitado, nosotros buscamos la intercesión de María, la Madre de Dios, Estrella de la Nueva Evangelización, como la llamó el Papa San Juan Pablo II. A través de sus oraciones y su ejemplo, aceptemos que nuestra misión sea la de ser testigos creíbles y llenos de alegría del Señor Resucitado en el mundo de hoy—comenzando en nuestros hogares, escuelas, lugares de trabajo y comunidades.