By Most Rev. Joseph M. Siegel
The Bishop’s Corner
Editor’s note: The Spanish translation appears below the English
As we begin this time of Eucharistic Renewal, it is good for all of us to reflect on how we observe Sunday – the Lord’s Day and the great day of the Eucharist.
Observing a weekly holy day of worship and rest has been part of Judeo-Christian religious life since Moses received the 10 Commandments from God on Mount Sinai. Rooted in the account of God Himself resting on the seventh day after the creation of the world, the Sabbath observance is a model for human life and activity. In the Old Testament, the practical implications of this commandment were spelled out very precisely. The early Christians eventually moved the observance of the Sabbath from the seventh day of the week to the first day of the week to commemorate the day of the Resurrection as well as Pentecost. By the early fourth century, the Church had established Sunday as a day of worship and rest.
The observance of the Sunday Sabbath is centered on the celebration of the Holy Eucharist. The Catechism of the Catholic Church reminds us that “the Sunday celebration of the Lord’s Day and his Eucharist is at the heart of the Church’s life…and is to be observed as the foremost day of obligation in the universal Church” (CCC 2177). More than just a man-made regulation, the obligation to attend Sunday Mass “is a testimony of belonging and of being faithful to Christ and to his Church. The faithful give witness by this to their communion in faith and charity. Together they testify to God’s holiness and their hope of salvation. They strengthen one another under the guidance of the Holy Spirit” (CCC 2182). As Sunday Mass is “the foundation and confirmation of all Christian practice,” a Catholic can be excused from this obligation only for a most serious reason (CCC 2181). Of course, it is dispensed for the sick, the homebound and those who care for them. Also, in certain circumstances, a pastor may commute the Sunday Mass obligation to a different day of the week if there is an ongoing conflict with Mass times – or, for example, a one’s health does not allow one to be in large groups.
The Church also continues to observe the Sabbath as a day of rest, providing a divinely inspired rhythm of work and leisure. “The faithful are to refrain from engaging in work or activities that hinder the worship owed to God, the joy proper to the Lord’s Day, the performance of works and mercy and the appropriate relaxation of mind and body” (CCC 2185). God gave us the Sabbath for He knew that, as human beings, we need to take time away from the usual routines of labor and activity – to allow our spiritual, family, cultural and communal lives to be renewed and refreshed. The Church recognizes that, in the complexity of today’s world, family needs, the demands of certain jobs and social services may, at times, excuse a person from this expectation of keeping Sunday as a day of rest; but these exceptions should never lead to general disregard of this precept.
It takes discipline and planning to ensure that Sunday is truly a day different from any other, scheduling the weekend so that the necessary and usual tasks are done on Saturday. Our celebration of Sunday should revolve around participation in Mass and the rest of the activities of the day should flow from that. Try to reserve the rest of Sunday for sharing a meal and other family activities, visiting with loved ones and friends who need companionship, and generally allowing yourself to decompress from the usual activities of the hectic work week. In his 1998 apostolic letter, “Dies Domini” (“The Day of the Lord”), St. John Paul II wrote a beautiful reflection on observing and celebrating this weekly holy day.
The Sunday Sabbath is a precious gift from God that helps us keep our lives in proper perspective and balance. Taking a day to worship God and away from normal work reminds us that we belong to God, that all we have comes from Him and all depends on Him. Yes, our work and efforts are important; but ultimately, they must find their purpose and meaning in our relationship with the Lord if they are to be truly good and life-giving for ourselves, our families and our world. Keeping holy the Sabbath helps make that possible, and I encourage you to live this more fully during this time of Eucharistic Renewal.
Mantén sagrado el Sabbat: Alabanza y descanso
MÁS REV. JOSEPH M. SIEGEL
EL RINCÓN DEL OBISPO
Al comenzar este tiempo de Renovación Eucarística, es bueno para todos nosotros reflexionar sobre cómo observamos el domingo – el día del Señor y el gran día de la Eucaristía.
Observar un día semanal sagrado de alabanza y descanso ha sido parte de la vida religiosa judeocristiana desde que Moisés recibió los 10 Mandamientos de Dios en el Monte Sinaí. Arraigada en la historia de Dios Mismo descansando en el séptimo día después de la creación del mundo, la observación del Sabbat es un modelo para la vida y actividad humana. En el Antiguo Testamento, las implicaciones prácticas de este mandamiento fueron explicadas muy precisamente. Los primeros cristianos con el tiempo movieron la observación del Sabbat del séptimo día de la semana al primer día de la semana para conmemorar tanto el día de la Resurrección como también el del Pentecostés. Para principios del siglo cuarto, la Iglesia había establecido el domingo como día de alabanza y descanso.
La observación del domingo Sabbat se centra en la celebración de la Sagrada Eucaristía. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “la celebración dominical del día y de la Eucaristía del Señor tiene un papel principalísimo en la vida de la Iglesia . . . y ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto” (CIC 2177). La obligación de asistir a la Misa del domingo es más que solo una regulación hecha por el hombre, “es un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Los fieles proclaman así su comunión en la fe y la caridad. Testimonian a la vez la santidad de Dios y su esperanza de la salvación. Se reconfortan mutuamente, guiados por el Espíritu Santo” (CIC 2182). Porque la Misa del domingo “fundamenta y confirma toda la práctica cristiana” un católico puede ser excusado de esta obligación solo por las razones más serias (CIC 2181). Por supuesto, se hace una excepción con los enfermos, las personas confinadas en sus hogares y quienes los cuidan. También, en ciertas circunstancias, un pastor puede trasladar la obligación de la Misa del domingo a otro día de la semana si existe algún conflicto en curso con los horarios de las Misas – o, por ejemplo, si la salud de uno no le permite estar en grandes grupos.
La Iglesia también continúa observando el Sabbat como día de descanso, proveyendo un ritmo inspirado divinamente del trabajo y el esparcimiento. “Los fieles se abstendrán de entregarse a trabajos o actividades que impidan el culto debido a Dios, la alegría propia del día del Señor, la práctica de las obras de misericordia, el descanso necesario del espíritu y del cuerpo” (CIC 2185). Dios nos dio el Sabbat porque Él sabía que, como seres humanos, necesitamos tomarnos tiempo fuera de las rutinas usuales de trabajos y actividades – para que renovemos y refresquemos nuestras vidas espirituales, familiares, culturales y comunales. La Iglesia reconoce que, en la complejidad del mundo de hoy, las necesidades familiares, las demandas de algunos trabajos y servicios sociales, a veces, eximen a una persona de esta expectativa de guardar el domingo como día de descanso; pero estas excepciones nunca deben llevarnos a un incumplimiento general de este precepto.
Lleva disciplina y planeamiento asegurarnos de que el domingo sea verdaderamente un día diferente de los demás, planificar el fin de semana para que las tareas necesarias y usuales sean hechas el sábado. Nuestra celebración del domingo debería girar en torno a la participación en la Misa y el resto de las actividades del día deben también derivar de esta. Trate de reservar el resto del domingo para compartir una comida y otras actividades familiares, visitar a seres queridos y amigos que necesiten compañía, y generalmente permítase relajarse de las actividades usuales de la semana agitada de trabajo. En su carta apostólica de 1998, “Dies Domini” (“El día del Señor”), San Juan Pablo II escribió una hermosa reflexión acerca de la observación y celebración de este día semanal sagrado.
El domingo Sabbat es un regalo precioso de Dios que nos ayudar a conservar nuestras vidas en una perspectiva y un equilibrio apropiados. Al tomarnos un día para alabar a Dios y alejarnos del trabajo normal recordamos que pertenecemos a Dios, que todo lo que tenemos viene de Él y que todo depende de Él. Sí, nuestro trabajo y esfuerzo son importantes; pero en definitiva, estos deben encontrar su propósito y significado en nuestra relación con el Señor si son verdaderamente buenos y enriquecen nuestra propia vida, la de nuestra familia y nuestro mundo. Mantener sagrado el Sabbat nos ayuda a que esto sea posible, y yo los aliento a vivirlo más plenamente durante este tiempo de Renovación Eucarística.