By Bishop Joseph M. Siegel
THE BISHOP’S CORNER
Editor’s note: The Spanish version of this column appears below the English.
As we observe Catholics Schools Week, I would like to offer my support for our 26 schools – and our parents, teachers and administrators who make them possible.
I am strongly committed to our Catholic schools because I believe that they continue to play a vital role in the Church and society. As God and traditional faith and values are ever more vehemently forced out to the peripheries of society, secular “dogmas” seem to be taking their place and are seeping into every aspect of our culture – even in educational curriculums at all levels. In contrast, Catholic schools provide an avenue to teach and celebrate the centrality of our faith in Jesus Christ and to share the values He taught, which, in turn, informs how we live and make decisions. Children spend so many hours in school. What they learn (in all subjects) and the environment in which they learn are vitally important to help them grow as faithful Catholics and committed missionary disciples of our Lord.
I learned this from my parents as they put my eight brothers and sisters and me through 12 years of Catholic education. That meant driving us back and forth to school from our farm each day (a 40-minute round-trip) for classes, sports and other activities as well as financial sacrifices, which meant more work on their part. But they firmly believed that the “more” that Catholic schools provided was worth the effort and expense, that “more” being the sharing of our Catholic faith in classes, prayers and especially liturgies which helped them to raise us in the faith. It wasn’t always easy, but I will always be grateful that my parents made that commitment.
Parents, I want to thank you for the sacrifices you make to provide a Catholic education for your children. Even with the great blessing of educational scholarships offered by our state (which we hope they will expand in the current legislative session), I know that providing this vital gift to your sons and daughters still entails cutting back on some of the “extras” –
as well as making the time and effort to volunteer for various school events and committees. Your partnership with our schools helps you to fulfill the promise you made at your children’s baptism to raise them in the Catholic faith by being their first and best of teachers. All that they learn in school reinforces how you live the faith in your home – through family prayer, the example of your life and especially by coming together each Sunday and holy day for the celebration of the Holy Eucharist, the source and summit of our faith.
Even many decades after graduation, I continue to be grateful for the priests, religious sisters and brothers, lay teachers and administrators who played such important roles in my education and formation as a follower of Jesus. I know our Catholic school teachers and administrators have the same commitment to provide the best Catholic education possible, forming our young people in spirit, mind and body as disciples of Jesus. Their desire to share their faith with their students, not only in religion class but in all classes and by their example, makes a real impact. I thank them for their commitment to long hours of work to provide this to our young people in our schools, knowing they could be receiving higher financial compensation in public education. I also want to thank our pastors and parishes with schools for their willingness to provide the time, energy and resources to support Catholic education in their communities.
I hope and pray that our students will take full advantage of the countless opportunities for learning their Catholic education provides them. With God’s help and the support of their teachers, administrators and pastors, may they make the commitment to invest their time and energy into their faith formation – whether in school, at home or in church. If they do, it will make all the difference for them – not just now but in the years to come – as they take what they learned in our Catholic schools, live it in their lives and enable their faith to actively influence our society in the ways of Jesus Christ.
Por Obispo Joseph M. Siegel
EL RINCÓN DEL OBISPO
Al observar la Semana de las Escuelas Católicas, me gustaría ofrecer mi apoyo a nuestras 26 escuelas, y a nuestros padres, maestros y administradores que las hacen posibles.
Estoy fuertemente comprometido con nuestras escuelas católicas porque creo que continúan desempeñando un papel vital en la Iglesia y la sociedad. A medida que Dios, la fe y los valores tradicionales son cada vez más vehementemente forzados a salir a las periferias de la sociedad, los "dogmas" seculares parecen estar tomando su lugar y se están filtrando en todos los aspectos de nuestra cultura, incluso en los currículums educativos en todos los niveles. En contraste, las escuelas católicas proporcionan una vía para enseñar y celebrar la centralidad de nuestra fe en Jesucristo y para compartir los valores que Él enseñó, lo que, a su vez, informan cómo vivimos y tomamos decisiones. Los niños pasan tantas horas en la escuela. Lo que aprenden (en todas las materias) y el ambiente en el que aprenden son de vital importancia para ayudarlos a crecer como fieles católicos y discípulos misioneros comprometidos de nuestro Señor.
Aprendí esto de mis padres que nos pusieron a mis ocho hermanos y hermanas y a mí por 12 años de educación católica. Eso significaba llevarnos de ida y vuelta a la escuela desde nuestra granja todos los días (un viaje de ida y vuelta de 40 minutos) para las clases, deportes y otras actividades, así como sacrificios financieros, lo que significaba más trabajo de su parte. Pero creían firmemente que el "extra" que proporcionaban las escuelas católicas valía la pena el esfuerzo y el gasto, que el "extra" era compartir nuestra fe católica en clases, oraciones y especialmente liturgias que les ayudaban a formarnos en la fe. No siempre fue fácil, pero siempre estaré agradecido de que mis padres hicieran ese compromiso.
Padres de familia, quiero agradecerles por los sacrificios que hacen para proporcionar una educación católica para sus hijos. Incluso con la gran bendición de las becas educativas ofrecidas por nuestro estado (que esperamos se amplíen en la sesión legislativa actual), sé que proporcionar este regalo vital a sus hijos e hijas todavía implica reducir algunos de los "extras": así como hacer el tiempo y esfuerzo para ser voluntario para varios eventos y comités escolares. Su asociación con nuestras escuelas le ayuda a cumplir la promesa que usted hizo en el bautismo de sus hijos de criarlos en la fe católica al ser sus primeros y mejores maestros. Todo lo que aprenden en la escuela refuerza cómo viven la fe en su hogar, a través de la oración familiar, el ejemplo de vida y especialmente reuniéndose cada domingo y días de fiesta para la celebración de la Sagrada Eucaristía, la fuente y la cumbre de nuestra fe.
Incluso muchas décadas después de graduarme, sigo estando agradecido por los sacerdotes, hermanas y hermanos religiosos, maestros laicos y administradores que desempeñaron papeles tan importantes en mi educación y formación como seguidor de Jesús. Sé que nuestros maestros y administradores de escuelas católicas tienen el mismo compromiso de proporcionar la mejor educación católica posible, formando a nuestros jóvenes y niños en espíritu, mente y cuerpo como discípulos de Jesús. Su deseo de compartir su fe con sus estudiantes, no solo en la clase de religión sino en todas las clases y con su ejemplo, tiene un impacto real. Les agradezco por su compromiso y las largas horas de trabajo para proporcionar esto a nuestros jóvenes y niños en nuestras escuelas, sabiendo que podrían estar recibiendo una mejor compensación financiera en la educación pública. También quiero agradecer a nuestros pastores y parroquias con escuelas por su disposición a proporcionar el tiempo, la energía y los recursos para apoyar la educación católica en sus comunidades.
Espero y oro para que nuestros estudiantes aprovechen al máximo las innumerables oportunidades para aprender que su educación católica les brinda. Con la ayuda de Dios y el apoyo de sus maestros, administradores y pastores, que se comprometan a invertir su tiempo y energía en su formación en la fe, ya sea en la escuela, en el hogar o en la iglesia. Si lo hacen, hará toda la diferencia en sus vidas, no solo ahora sino en los años venideros, tomando lo que aprendieron en nuestras escuelas católicas, aplicándolo a sus vidas y permitiendo que su fe influya activamente en nuestra sociedad de acuerdo a las enseñanzas de Jesucristo.